tiene su tiempo, es irónica y arrastra incrustaciones del hombre que vive acá cerca y a veces se siente muy lejos. Una lágrima que podría tener nombre...
sábado, 16 de noviembre de 2013
miércoles, 30 de octubre de 2013
Lo vivo
Lo vivo, 30 de octubre (1983/2013)
por Fernando Iturrieta
Hoy, ya treinta años, para sostener en nuestro territorio otra vez el mundo que queremos vivir. Enfrentándonos al dolor, pero también superando el miedo.
Haciendo oír nuestra voz contra quienes reiterando su eficiente y mortífera seguridad basada en someter y anular las vidas han ejercitado sojuzgar y acallarnos.
Treinta años para recordar y no repetir aquello que ha sumido en el terror, la impotencia y la injusticia la Argentina que amamos; y también para ser memoriosos e insistir y procurar nuestra posibilidad de transformar un país fosilizado, intolerante y temible.
Treinta años para recorrer con una memoria alerta, gloriosa y dolorosamente viva y convencernos que llevamos transcurridos ya muchos más y tendremos que garantizar muchísimos más para tener muy firme nuestro derecho de exigir que todos vivamos en un país libre, democrático, justo y abierto frente a tanta barata y desmedida prepotencia de los que han manejado poder a espaldas de la gente y en contra de ella; y ejercerlo será también estar atentos y ver dónde se para cada uno y precavernos de disfraces y evasivas.
Treinta años también para poder disentir y mejorar, corregir, pero dispuestos a no ser manejados por aquellos que usan cualquier diferencia en el campo popular para dividirlo, por engendrar temor, distancias y odio entre los que necesitan ir juntos, aceptando sus diferencias para crecer en su concordancia.
Mi homenaje a lo que vive de aquellos que nos han ayudado a creer, en especial por la fecha a quien apelaba a que no siguiéramos hombres sino ideas porque los hombres, decía, fallamos (aun él, a cuya ausencia apelan las lágrimas de mi foto). Las ideas, las que sostiene el pueblo tienen reconocimientos, pero no dueños: la pluralidad, su unidad, es lo que no podrán vencer.
viernes, 18 de octubre de 2013
LAS CAJAS (fragmento)
incluido en El tiempo que Cruje
Fernando Iturrieta
incluido en El tiempo que Cruje
Fernando Iturrieta
No era de esperar, al menos aquella noche, en medio del fastidio, su
cansancio, el tufo en la habitación que su compañero de pieza se empeñaba en no
ventilar, con todo el tiempo libre que sólo ocupaba mirando el techo y su
propia imagen en una foto infantil predilecta no se sabe por quien; no, no se
podía imaginar que a esa hora, al abrir la puerta de su lado del armario con el
simple y menor propósito de guardar su ropa para mañana, apareciera esa caja
desconocida, intrusa, irritante.
Tampoco podía preguntárselo al idiota dormido con el pie salido de la
cama como un resorte destartalado y casi para ser retirado como chatarra.
Aunque la duda fuera tan fuerte, como para tener ganas de sacudirlo o
cosquillear la planta impúdica o tirarle agua o aun incluso mearle la colcha,
para que dijera por qué invadía su zona, por qué repetía su falta de límite. La caja era sólo la coronación
de sus provocaciones. Hacía diez meses que en esa pensión compartía con él su
pieza, y de cierta propensión inicial a tener una buena sociedad, habían pasado
progresivamente, al disgusto, al desdén, al intento de subrayar la mutua
indiferencia. Al menos este otro no robaba como el petiso amanerado que se
había ido. El período de tres en el cuarto pareció un suplicio, la convivencia
de dos, una hinchazón molesta.
No contaba con mucha luz, pero sacó del estante la caja , la llevó hacia la
mesita contra la pared. Pesaba poco, no hacía ruido, parecía estar vacía. Era
de madera clara, de superficie áspera, tosca. Tenía un gancho que trababa la
tapa y la base, sin otra seguridad. Abrió: estaba vacía, en la parte interna de
la base tenía lo que parecía ser una leyenda que bien podría ser la marca de un
producto. No lograba verla bien con la escasa luminosidad de la pieza. A pesar
de todo, no quiso tener un incidente y resolvió esperar a la mañana siguiente
para verla mejor. Algo en lo escrito emergió como una reminiscencia, volvió a
abrirla y reconoció algo inquietante: era su firma, la infantil, la que
aprendió a hacer en el colegio primario, la que descartó apenas entrada la
adolescencia. ¿Cuándo había firmado esa caja? Si era una broma, ¿de quién?
Pensó si había dejado algún viejo recuerdo en el cuarto como para que alguien
copiara algo tan desusado, tan viejo para él. Sebastián sintió que todo el
tiempo había pasado y que volvía tangible como absurdo. Cerró la tapa e intentó
dormir.
Quiso dormir, se propuso obligarse a dormir, pero no pudo. Apagó el
foquito débil que quedaba prendido en la habilitación y en la oscuridad, el vaho
de los cuerpos y los objetos, y la respiración, por momentos ronquido de Darío
se hacían pesados, insolentes para un sueño que pedía, suplicaba, tener las
partes en su alrededor calmas, calladas, como si el silencio fuera el orden
previo al sopor necesario.
Pensó en sus útiles escolares, en las cajas, pero le aparecían estuches
en otro material y jamás los había firmado. Trató de memorizar su firma sobre
distintos planos, casi siempre papel, sólo una vez sobre el yeso que cubría la
pierna de un compañero, madera...., creía que nunca. Se preguntó si no estaba
ya dormido, si acaso aquello era un estado de supuesta vigilia metido en el
sueño. No; no se le ocurría otra cosa que una broma macabra pero ¿de quién? ¿de
Darío, ¿de la dueña de la pensión? Los interpelaría, los sometería a un
interrogatorio. Pero, ¿en nombre de qué? Si no tenían nada que ver, quedaría en
ridículo, no sabría como justificar sus demandas. Sin embargo, ¿qué otra
posibilidad cabía, de no ser ellos? Sólo le venían sus sueños premonitorios,
los que hacía rato no tenía: ¿ tendrían un costado de materialización, de poner
en el espacio lo que sólo se mantenía en la conciencia? Respiró fuerte y la
falta de aire se le hizo insoportable. Fue al baño, tenía una sensación cercana
a la náusea, pero al salir de la habitación sintió por el pasillo un aire más
fresco y fue sintiéndose mejor. Sus pies tocaban directamente el mosaico frío
pero sin embargo eso le hacía bien, como si lo sacara de una tibieza
asfixiante. Recordó que la caja
estaba sobre la mesa y decidió guardarla en el mismo estante cuando volviera,
quizás para mostrarle a Celia, la dueña, la muestra de la intrusión.
Volvió a la pieza y la
caja estaba abierta. ¿ La había dejado así? ... (sigue).
lunes, 7 de octubre de 2013
Sobre “El loco y la
camisa” de Nelson Valente
Por Fernando Iturrieta
Con: Soledad Bautista, Julián Paz Figueira, José Pablo Suárez, Ricardo Larrama, Lide
Uranga.
Dirigida por el Autor.
Ganadora Premio Principal y a Mejor actor protagónico en VII Festival Iberoamericano
de Teatro “Cumbre de las Américas” (Mar del Plata, 2011). - Fiesta Provincial de
Teatro (Bs. As., 2009).- Ganadora Festival Regional (Lomas de Zamora, 2009)- I
Festival de Artes escénicas Buenos Aires Gran (Doc /Sur).- La noche de los Teatros
(Red Teatral Sur).- Proyecto Formación de espectadores Mundos (Im)posibles
(Doc/Sur).
Viernes, Sábados y Domingos en “El Camarín de las Musas” Mario Bravo 960.
El loco y la
camisa apunta a los dos elementos:
uno humano y el otro, un objeto, que revelan
lo que los pactos de silencio mantienen oculto.
La comedia sostiene
la vista del conjunto familiar, sus engranajes esclerosados de atención y desatención y observa particularmente sus
complicidades, depositando la denuncia
en lo que aparece en forma de locura o mancha. Hace del principal emergente, el
miembro delirante del grupo, un vocero que pone en palabras lo que el
espectador percibe o presiente y lo que los otros personajes no hablan o no
terminan de expresar cabalmente. Verbaliza aquello a lo que se priva de palabra
y lo hace desarmando lo que los demás construyen con su negación. Expresión graduada de conjunto, la
familia va desde aquel que suprime, evade, esquiva la realidad y ejerce
autoritariamente esa negación, pasando a quien pretende ocultar los aspectos que
lastiman para poder acomodar su inserción en lo que presume una vida superior; se mueve a
quien oscila entre ver, expresar y anestesiar la realidad y finalmente, exalta
a quien manifiesta, delata, juega y hace estallar el conjunto armado en la
mentira. Así, padre,
hermana, madre e hijo enfermo, se expondrán ante una presencia externa (el novio de la chica)
que no es más que la máscara de otra mentira.
El loco y la
camisa divierte aun en el dolor,
porque nuestros disfraces son torpes e insuficientes. Está bien estructurada, muy bien
actuada y, dirigida; se muestra con fuerza como un teatro al alcance de la
gente, quizás en el
mejor sentido del teatro popular, en el que no se subestima al espectador, que,
doy fe, sale muy movilizado y satisfecho de la sala
viernes, 9 de agosto de 2013
Asuntos pendientes.
Primera
aproximación,
borrador que va entre el asco y el miedo
por Fernando Iturrieta
Hay agitación,
desmesura, falta de equilibrio en Asuntos
Pendientes de Eduardo Pavlovsky.
Los personajes
muestran un entramado de realidad diurna, sueño, pesadilla, miedo, arrogancia,
prepotencia, irresponsabilidad con apuntes de sensibilidad entrecortada,
diluida. Las voces de los diferentes planos se confunden, pero no tanto como
para evitar que el drama social irresuelto aparezca contundente: aquello que se
niega, emerge en la vida, en el delirio, en la muerte, en la palabra y en el
silencio, en la incomodidad que avasalla.
Los personajes
balbucen nociones de lo que les pasa y olvidan rápidamente el entendimiento
para pasar a interpretaciones, a tergiversaciones que se exacerban; se
incrustan y se desprenden, soltándose con la misma facilidad con la que se
inyectaron.
Aquello
profundamente obsceno y repugnante de lo cotidiano se enmarca en las conductas
de su auto aceptación feroz y sobre el croquis que los personajes hacen sobre
su imaginario, que es difuso porque la claridad espanta.
Las personas
hablan y son habladas por una realidad que los exaspera al punto del crimen.
Todos son criminales por acción o por omisión. Van y vuelven de lo que han hecho, lo que han imaginado o
negado, de sus alucinaciones y de sus fantasías mediocres, ancladas en el
imaginario colectivo dibujado por la propaganda política a través de la
construcción ideológica que los medios imponen sobre la pasividad de sus
consumidores, que toman como propias sus creaciones.
Las familias
que aparecen entrelazadas, aquellos protagonistas y destinatarios cuyo reflejo
se acumula en estratos que se impregnan con atroz reciprocidad en Asuntos Pendientes, me llevan a
contrastar con las formas tribales estampadas por las pantallas de la
televisión[1], muchos
de ellos engendros exitosos; muestra de aquello que se ha hecho cotidiano, lo recibido
sin sorpresa, contextualizado en el horizonte de la gente. El retorcerse sobre
el mal gusto y gozarse en esa caída; el disfrute de esa negación grotesca, su
falta de porvenir y la aparición de su perversión desesperada provocan
preguntarse qué moverá de nuestras propias vivencias Asuntos Pendientes, si es que subyace en esta obra una intención
cuestionadora detrás de su historia revulsiva. Me desafío: ¿Asuntos Pendientes significa una
reflexión culta, estética, que enfrenta al
ufanarse canallesco de los decadentes, a la vulgaridad despiadada, pero acaso lo es
embozada en el formato ofensivo que ya no asusta a los modales de la pequeño
burguesía y quizás tampoco alarma a la burguesía criolla, pese a que no tamiza los
crímenes sociales, personales, culturales. políticos?
La vulgaridad y
la violencia han anestesiado socialmente en particular a la clase media, aun a su propia elite de
pensamiento. Lo procaz, lo absurdo, lo violento, no incomodan como recurso, han
entrado a una capa asimilada y sosegada de su visión del mundo[2].
Lo común, lo
impuesto, es haber domado la repugnancia, sofocado el horror.
También se
trata de licuar el contexto en lo paródico, en el discurso con inflexiones
tangueras y de relato deportivo, plagado de la reiteración de la mitología
popular y con intervenciones de
sensiblería recurrente que va y vuelve como la conciencia de los protagonistas.
Si,
particularmente en el personaje de Aurelio, hay asomos o escisiones de una
reflexión profunda, culta, elaborada, nos aquieta como un recurso desenfocado,
fuera de lugar, que se recita de espaldas, embozado o dicho como al pasar, para
otro contexto. Los personajes no logran introducirlo
en lo central de su pensamiento, de su acción, que es un no pensar o un ser
pensados estructuralmente desde afuera. Los recursos intelectuales existen,
como un brillo sobre aquello que es pura opacidad, algo rechazado, un cuerpo
extraño.
Quizás el viejo
desafiante, el provocador Pavlovsky está devolviendo a nuestros restos de
conciencia esa atmósfera contaminada que parece incapaz de ser interferida,
cortada, salvo por agentes que comparten su propia crueldad[3].
Quizás el reto
del pensamiento está latente en aquello que espía (el personaje silencioso de
la chica que mira), lo que irrumpe como disparo y cuyo dolor supera la negación
o lo que estalla con la imagen del muñeco intruso que se impone desde lo alto o
en el sonido ensordecedor, en aquello que subraya abrumadoramente que la
palabra, lo dicho, está enfermo y posterga indefinida, trágicamente, la salida.
Buenos Aires, 9 de agosto de 2013.
Buenos Aires, 9 de agosto de 2013.
[1] Me viene rápidamente la imagen de los Argento, personajes centrales
de la versión local de la serie norteamericana “Married with children” (Casados con hijos).
[2] Me remito a mi propia experiencia con Tato: la primera vez que lo vi,
fue en una puesta de El cuadro de Ionesco. Tuve
referencias que hubo público que se retiró
ofendido ante determinadas expresiones, es lo opuesto a lo que constaté aun
ante lo más
denigrante escenificado en Asuntos Pendientes.
[3] Como en Telarañas, el núcleo familiar potencia los aspectos siniestros
del sistema.
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