martes, 13 de mayo de 2014


El dolor de la omisión

Aire libre de Anahí Berneri (2014)
Con los bordes rotos de un vidrio que hace estallar una y otra vez, Aire libre lastima.
Esa textura vidriada, traslúcida pero no enteramente transparente, muchas veces opaca, es la de una pareja que no puede construir su lugar sino que apenas lo imagina y al quebrársele, se desentiende, huye, apuesta al vacío, a los huecos. Miente, se miente.
Anahí Berneri vuelve a elaborar una historia que es sólida en su núcleo pero que nos resulta difícil de asir y dominar, no podemos sujetarla, no podemos domarla.  Berneri no es concesiva, no se brinda a un público que requiera andadores o rueditas adicionales, el aprendizaje del recorrido en la trama es exponerse a caer, a tropezar, a dolerse con la historia que muestra. Aire libre se retuerce e inquieta, no cierra juicios pero cuestiona a los personajes y, también, a nuestro modo habitual de percibirlos.
En el deseo, en la acción, los paradigmas con los que cada uno se acerca al otro hay omisiones, escamoteos de presencia. No hay entrega total porque no hay convicción. Se juega, como en parte de los intentos musicales que se dispersan en su transcurso, a integrar una melodía incompleta en la que hay, alternativamente, una parte que se apuesta y otra que no se resigna a la entrega; no se animan a poner en juego lo propio.
Precisa, detallista, implacable, Berneri avanza, crece, inquieta y exaspera girando el dial de sus criaturas que no concurren al mismo encuentro a pesar de ir al mismo lugar.
Ese no terminar de crecer para edificar la historia propia y refugiarse en el ámbito de los padres, tiene que ver con omitirse, prescinden de ellos, no se encuentran y, lo que es peor, no pueden ubicar o dejan de lado a lo que crean, en especial a su hijo.
Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) no se comprometen ni en lo personal ni en lo familiar y tampoco en lo social, evitan y lo que no pueden enfrentar, les aparece con violencia, como amenaza, que muchas veces es la propia agresión o desidia o sus consecuencias. Ahí es donde Anahí Berneri vuelve a demostrar que, además de manejar estupendamente bien la imagen que se teje en los tonos diluidos que impregna en los personajes de Aire libre, sostiene y conduce las actuaciones de los protagonistas a puntos convincentes con esa fluctuación entre la desorientación, el deseo no hallado y la crispación constante, para hacerlos crecer con la historia y dejarle al espectador un lugar para su intervención creativa. Muy eficaces Sbaraglia y Cid, bien complementados por un elenco parejo en su intervención.   
Aun en su repetición absurda Anahí Berneri si bien no salva totalmente a sus criaturas, les deja abiertos resquicios por donde todavía pueden recrearse. Vamos por Aire libre, busquemos.