domingo, 20 de julio de 2014


Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta
Carta al niño 3
Era un muñequito de plástico, en realidad un molde que aplicaba sobre la arena que había en el fondo de casa en el que podía plasmar durante un rato largo modelos que ahora me imagino repetitivos, entonces, infinitos.
Y allí el gallo decía y yo sincronizaba y decía lo que él quería escuchar. Esa perfección me ponía en su tono, en la modulación de su voz.
Esa mañana en la escuela, la maestra desafió a que cacareáramos, a que imitáramos a las gallinas y yo quedé en silencio, o fingí no saber. Pero yo sabía cómo hacer para que me contestaran los gallos, ellos me conocían, desde un lugar profundo no me pedían otra identificación que su propio sonido, el entrar en su coro como miembro pleno.

Mi niño tenía muchas voces y un buen oído para ellas. Sé que el hombre destruye los puentes hacia las otras voces o las somete a su temor, porque los demás no creen, no permiten otra voz, otro tono que el habilitado.


Mi niño atesora otras voces y está por devolvérmelas.
                                                                                                                                                                                                  continuará....