sábado, 2 de agosto de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta
Carta del niño 1
A vos, si aún esperás, si aún podés desbrozar entre palabras.

No encuentro el lugar, no tengo cerca de mí la salida.
Para atreverme, me cuesta reconocer y definir cómo era ese olor, como si el tiempo hubiera borrado o adulterado el perfume, lo hubiera sacado de mi conciencia o transformado en un aire en el que me cuesta respirar naturalmente. Antes, lo primero que encontraba era los sentidos despiertos y hoy los tengo anestesiados; quizás, de tanto perder, los he dejado en el camino.
A cada paso encuentro destellos del ser humano que porta mi nombre en las esquirlas repartidas a lo largo de las baldosas que hicieron mi vereda de vida, el borde por el que anduve.
El hombre que me continuó, secuela de lo que viví, es un conjunto de chispas desordenadas que no logro sumar para identificarme en él. No siento esa voz, mi voz ya no es mía. Tampoco las palabras, la manera, estoy traducido por alguien que me transgrede. Un doblaje traidor, falsificador, si se quiere, arropa y adormece mi boca. Un vocabulario que se infla a medida que emito, que lleva para otro lado, que crea la historia desde la apropiación de mí mismo.
Tampoco siento reconocible tu voz; vos que decís ser yo más tarde. Cuando preguntás por mí,  percibo que soy interrogado por alguien que se arroga ser yo o al que yo tendría que imaginarme como yo mismo.
¿Qué podrías mostrarme para que yo te crea? No sólo necesito ejercicios de la memoria como pruebas de identidad, no te pido sólo que busques en los recuerdos para que yo me reencuentre y, desde ahí, responda. Quiero que me digas qué hay de mí (yo, tu niño, mi propio niño vivo) en el día de hoy, en qué lugar me encontrás, o si voy con vos, en qué lugar sentís mi tacto, mi respiración, en qué lugar puedo esperar tu caricia.
No soy un niño que te juzga, sólo quien comprueba o se constata en lo que ve de ese otro, yo mí mismo hoy; o el yo que hoy asume la representación por todos los yo que han sumado mi historia, es el que debiera contestar al yo niño todavía presente, que no sólo puede rememorar sino encontrarse. No juzgo porque mi deseo no es un juicio sobre una actividad acabada sino la demanda sobre un hecho presente, que está vivo y duele, que está vivo y goza.
Necesito desnudarme de tiempo, el que me incrustás, el que me impide sonar a niño, y resplandecer el purrete o quizás calmar al muchachito que deambuló con vos, en la soledad de ser dejado de lado, reemplazado, impostado.
Necesito mirarte a los ojos y silenciar la angustia de no saber qué de mí ya no podrá venir a tus ojos, ni a colmar tu silencio.

...continuará