miércoles, 2 de septiembre de 2009

Es una lágrima que comienza a llorarse en Buenos Aires


Porque estoy aquí, rodeado del azul nocturno en el centro de Buenos Aires casi borroneado, pero siento que al afincarla, esta pequeña lágrima se vuelve universal, tangible en la esquina en la que se detengan otros a pensar, a reirse, a silenciarse, a llorar, otros.

¿ Cuánto temor de decir hay en la sociedad argentina?

¿ Quiénes realmente se atreven a expresarse? ¿ Quienes mascullan?
Hay tanto sometimiento a poderes que poco espacio queda para ciudadanos que no tengan detrás a uno de ellos.
Empecemos a preguntarnos quiénes manejan los fondos, las inversiones publicitarias, las escuelas, los cultos, los sindicatos, las obras sociales, los contenidos de los medios, qué cartas de lectores pasan, qué palabras y de quiénes se transmiten, qué calidad de mensaje se deja pasar.
Vayamos llorando un poco, pero para empezar a contestar.

Ahora que tengo ganas de decir

cuando los demás declaman la mejora de la libertad de palabra, habrá que preguntarse quién la sustenta, quienes manejan aparatos de toda índole, en el estado, en las publicaciones, en las instituciones, en los focos de influencia.
¿ Quiénes hablan aquí? ¿ Quiénes hacen sentir su palabra?