domingo, 16 de febrero de 2014


Vuelo de los ojos

Abrí mis ojos y vi dos luces.
Torpeza de tacto que renace, dibujé
sin piedad en un vidrio sucio las marcas
cuyas resonancias despiertan océanicas y atónitas.
Arena detrás, fiebre en travesía sin calma.
Si en un foco labré humo y tallé brisa,
en el otro fui satélite de ejes de la angustia.
No conocía el origen del invierno de las hojas
invisibles, retoñando penoso algún misterio,
ni sabía de los engranajes, espumas puntiagudas
del verano con sus barcos que vuelan
ebrios a su  morada de fuego,
ni del puñal de un otoño perdido, fatigado, loco.

Tampoco aguardaba tu boca apremiante
que setiembre conoce, río de cobre.

El vuelo preterido, ese vuelo
de amanecer sangrante y apurado.

A mis manos las junté en un puñado de sol
y las arrojé al mar para que sus mil bocas,
gigantescas e irritables dunas espumantes,
las tragaran, para recobrarlas en aliento de las algas.
Entonces, fue mudez de luz.
Acaso también sembré mis ojos en las olas,
demente acuidad de los que aman,
 para citar noctilucas, destellos del agua ensimismada.
Mi cuerpo soñó madejas
que la luna suelta cuando canta.
Mi piel sintió vacíos del rastrillo, memoria de un instante,
mientras pule el sexo de las rocas lastimadas;
y mis años quemados juntaron sus cenizas
                                                     y amaron.