Cartas a mí mismo
de Fernando Iturrieta
Carta del niño 1
A vos, si aún esperás,
si aún podés desbrozar entre palabras.
No encuentro el lugar, no tengo cerca de mí la
salida.
Para atreverme, me cuesta reconocer y definir cómo
era ese olor, como si el tiempo hubiera borrado o adulterado el perfume, lo
hubiera sacado de mi conciencia o transformado en un aire en el que me cuesta
respirar naturalmente. Antes, lo primero que encontraba era los sentidos
despiertos y hoy los tengo anestesiados; quizás, de tanto perder, los he dejado
en el camino.
A cada paso encuentro destellos del ser humano
que porta mi nombre en las esquirlas repartidas a lo largo de las baldosas que
hicieron mi vereda de vida, el borde por el que anduve.
El hombre que me continuó, secuela de lo que
viví, es un conjunto de chispas desordenadas que no logro sumar para
identificarme en él. No siento esa voz, mi voz ya no es mía. Tampoco las
palabras, la manera, estoy traducido por alguien que me transgrede. Un doblaje
traidor, falsificador, si se quiere, arropa y adormece mi boca. Un vocabulario
que se infla a medida que emito, que lleva para otro lado, que crea la historia
desde la apropiación de mí mismo.
Tampoco siento reconocible tu voz; vos que decís
ser yo más tarde. Cuando preguntás por mí, percibo que soy interrogado por alguien que se
arroga ser yo o al que yo tendría que imaginarme como yo mismo.
¿Qué podrías mostrarme para que yo te crea? No sólo
necesito ejercicios de la memoria como pruebas de identidad, no te pido sólo
que busques en los recuerdos para que yo me reencuentre y, desde ahí, responda.
Quiero que me digas qué hay de mí (yo, tu niño, mi propio niño vivo) en el día
de hoy, en qué lugar me encontrás, o si voy con vos, en qué lugar sentís mi
tacto, mi respiración, en qué lugar puedo esperar tu caricia.
No soy un niño que te juzga, sólo quien
comprueba o se constata en lo que ve de ese otro, yo mí mismo hoy; o el yo que
hoy asume la representación por todos los yo que han sumado mi historia, es el
que debiera contestar al yo niño todavía presente, que no sólo puede rememorar
sino encontrarse. No juzgo porque mi deseo no es un juicio sobre una actividad
acabada sino la demanda sobre un hecho presente, que está vivo y duele, que
está vivo y goza.
Necesito desnudarme de tiempo, el que me
incrustás, el que me impide sonar a niño, y resplandecer el purrete o quizás
calmar al muchachito que deambuló con vos, en la soledad de ser dejado de lado,
reemplazado, impostado.
Necesito mirarte a los ojos y silenciar la
angustia de no saber qué de mí ya no podrá venir a tus ojos, ni a colmar tu
silencio.
...continuará