viernes, 18 de mayo de 2018


Qué habrá hecho crecer, prosperar en la sombra o castigar por la luz a esta lágrima que tiene células tan viejas como yo mismo, tan enquistadas como los restos de mi memoria, que tiende a evaporar sin poder elegir con qué se queda.

La lágrima peluda
va a la radio
Desde el 19 de mayo de 2018
los sábados de 15 a 16 horas
FERNANDO ITURRIETA
los espera en
www.arinfo.com.ar


martes, 14 de julio de 2015

Desde el café

 de Fernando Iturrieta

 incluido en Guijarros, que será presentado en La Clac
 (Avenida de Mayo 1156/8 - C.A.B.A.)
 el 16 de julio de 2015 a las 18 horas.


Llega el día:
Buenos Aires ronronea ensimismada;
la luz parca, se ciñe a los cuerpos que la esponjan.

Todo está allá, morosa proyección, escama
reseca en el mirar indiferente.
Todo aquí, suma de vestigios pujando por verse,
en la fusión del alma desolada con su doble.

Las vidas, aquéllas,
la vida, ésta,
persiguen soles por distintos rieles.

El aire parece no existir,
la luz se abstiene.

La vida, aquélla;
la vida, ésta,
tienen pasaje borroneado.

Pasa el día;
Buenos Aires sigue quejándose a sí misma
con el terco lenguaje de los locos.



domingo, 24 de agosto de 2014

Antes de llegar a verlos
Por Fernando Iturrieta



Antes de llegar a verlos, los había comenzado a escuchar, cada vez más, pero durante aquel tiempo sólo pocas canciones.
El primer disco que tuve de Los Beatles era lo que se llamaba un “doble” de 33 rpm (creo que conocido como EP; Extended Play), de dos canciones por lado.
Reproducía en un formato más chico la tapa del primer LP: Por favor yo (Please, please me) {¿Por qué nunca tradujeron como Por favor, complaceme?}, y traía las canciones que, en ese disco, ocupaban las cuatro primeras bandas: La vi parada ahí (I saw her standing there); Miseria (Misery) (ambas de McCartney-Lennon {el dúo autoral figuraba en los primeros discos así lo que en algún momento me indicó el predominio inicial en las composiciones} y con Anna (Vete hacia él) (Anna) (Go to him) de Arthur Alexander (hace poco vi a Paul y a Ronnie Wood escuchando la versión del autor juntos) y Cadenas ( Chains) de Carol King y Gerry Goffin, matrimonio también compositor de “Locomoción” Ella, a su vez, la destinataria de “Oh Carol” de Neil Sedaka y creo que después fue muy cercana a Paul Simon, pero, para nuestra generación la autora, años más tarde, de una canción muy bella, “Tu amigo fiel” (You’ve got a friend)
Dos comentarios triviales, pero uno está formado por todo y muchas veces por una buena proporción de minucias: había una propaganda en la televisión de principios de los años 60 donde una animación que personificaba a una botella de whisky decía “Hola, amigos, vengo de Escocia y me llamo Viejo whisky Mac Lennan” (¿anticipo sonoro de lo que diríamos tantas veces después?) Otra: ya se empezaba hablar de los Beatles y eran aún en gran parte desconocidos, cuando un día mi hermana Marta entró y dijo “la propaganda de Zumuva es una canción de los Beatles” (Zumuva está bien helado, Zumuva es colosal” reemplazaba a “And I never dance with another soon I saw her standing there”)
Ya esos cuatro temas fijaban una versatilidad muy llamativa: I saw her standing there era Paul y en los coros se sumaba John. El dúo tenía un acople de voces asombroso, que se desarrollaba en todo Misery. Los instrumentos sonaban imponentes, con lo que ya se anticipaba uno de los giros que seguirían los conjuntos ingleses: equivalencia de sonido entre lo instrumental y lo vocal. En Anna (Go to him) era la voz de John desgarrándonos y la suma en coros de Paul y John. En Chains, arrancaban los tres: George, John y Paul, con las partes centrales a cargo de George. En cuatro temas, ya mostraban estrategias diversas y sería más y más. Lo que intuí al principio, que había encontrado algo único iba a ir creciendo y sobre todo, haciéndonos crecer con ellos. Una vez escuché a Dalmiro Sáenz decir algo así: un verdadero artista es que el transforma en artista a su público. Ellos hicieron mucho para que toda una generación viviera ávida de creatividad.

Sólo un anticipo: entre la fecha que recuerdo (agosto de 1964) y la grabación como Beatles de su último disco (Abbey Road), pasaron sólo cinco años, cinco y medio si consideramos el anuncio de su separación y la aparición de Let it be, al que habían archivado (¡!) por sus desavenencias. En ese período cortísimo, nuestros oídos, cerebros y almas tuvieron que pasar, por ejemplo, por Revolver,  La banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pepper, La gira mágica y misteriosa y el Álbum Blanco, de Yesterday a Tomorrow never knows (inicio de la psicodelia), de Norwegian wood a Come together, de Eleanor Rigby a Piggies y…mucho más.

sábado, 9 de agosto de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta

Una nueva carta del niño. Sin número.
Juega a ser luz la noche


Un cielo tranquilo y oscuro que envuelve y completa. No necesito más que esas estrellas, las que siempre aparecen a mis ojos para serenarlos.
No tengo más cansancio que el de la hora. No hay más luz en la casa que este resplandor mínimo de un aire entrecortado y que aligera el perfume de los árboles, mojones de azahar ataviados de negror.
Quizás porque no espero, no adivino, ni sé, aparece de a una la chispa de cada luciérnaga sobrevolando el fondo del jardín en la sombra profunda.
Juegan a devenir en soles infinitesimales, ensayan a ser luz en la noche y pierdo rápidamente la cuenta, son cada vez más, una multitud de lamparitas del aire, invaden, parpadean, saltan con su luminiscencia chiquita y silenciosa.
Llenan mi vista de parpadeos impensados, sorpresa, maravilla de la noche que colman, seres minúsculos que agigantan mi asombro.
No hay temor en la noche, nada supera esta armonía del juego imprevisto de los bichitos de luz, casi desaforado y perfecto.

Necesito contártelo, ¿te llega? Eso soy yo, construido en la sorpresa. Ahí me tenés, con los sentidos puestos en la enormidad transitoria que es lo único que sabré hacer perdurar.

 
...continuará

 

sábado, 2 de agosto de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta
Carta del niño 1
A vos, si aún esperás, si aún podés desbrozar entre palabras.

No encuentro el lugar, no tengo cerca de mí la salida.
Para atreverme, me cuesta reconocer y definir cómo era ese olor, como si el tiempo hubiera borrado o adulterado el perfume, lo hubiera sacado de mi conciencia o transformado en un aire en el que me cuesta respirar naturalmente. Antes, lo primero que encontraba era los sentidos despiertos y hoy los tengo anestesiados; quizás, de tanto perder, los he dejado en el camino.
A cada paso encuentro destellos del ser humano que porta mi nombre en las esquirlas repartidas a lo largo de las baldosas que hicieron mi vereda de vida, el borde por el que anduve.
El hombre que me continuó, secuela de lo que viví, es un conjunto de chispas desordenadas que no logro sumar para identificarme en él. No siento esa voz, mi voz ya no es mía. Tampoco las palabras, la manera, estoy traducido por alguien que me transgrede. Un doblaje traidor, falsificador, si se quiere, arropa y adormece mi boca. Un vocabulario que se infla a medida que emito, que lleva para otro lado, que crea la historia desde la apropiación de mí mismo.
Tampoco siento reconocible tu voz; vos que decís ser yo más tarde. Cuando preguntás por mí,  percibo que soy interrogado por alguien que se arroga ser yo o al que yo tendría que imaginarme como yo mismo.
¿Qué podrías mostrarme para que yo te crea? No sólo necesito ejercicios de la memoria como pruebas de identidad, no te pido sólo que busques en los recuerdos para que yo me reencuentre y, desde ahí, responda. Quiero que me digas qué hay de mí (yo, tu niño, mi propio niño vivo) en el día de hoy, en qué lugar me encontrás, o si voy con vos, en qué lugar sentís mi tacto, mi respiración, en qué lugar puedo esperar tu caricia.
No soy un niño que te juzga, sólo quien comprueba o se constata en lo que ve de ese otro, yo mí mismo hoy; o el yo que hoy asume la representación por todos los yo que han sumado mi historia, es el que debiera contestar al yo niño todavía presente, que no sólo puede rememorar sino encontrarse. No juzgo porque mi deseo no es un juicio sobre una actividad acabada sino la demanda sobre un hecho presente, que está vivo y duele, que está vivo y goza.
Necesito desnudarme de tiempo, el que me incrustás, el que me impide sonar a niño, y resplandecer el purrete o quizás calmar al muchachito que deambuló con vos, en la soledad de ser dejado de lado, reemplazado, impostado.
Necesito mirarte a los ojos y silenciar la angustia de no saber qué de mí ya no podrá venir a tus ojos, ni a colmar tu silencio.

...continuará

sábado, 26 de julio de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta

Carta al niño 4


¿Y si acaso estuvieras escondido, temeroso, desesperado, casi sin voz?
Una noche que envuelve deja el grito apagado, sumerge el llanto en la bruma y lo mantendrá nuboso, para no reaparecer.
Sólo esa voz al emerger esporádica ha revelado el niño. No apareció pleno, no más.
Reapareciste lastimado, mi niño.
Esa noche terrible, te dejó confuso, cercado.
¿Cómo reencontrarte? ¿Cómo recuperarte? Si recorriera la casa, si pudiera desplazarme por donde ibas, quizás un tiempo antes, cuando el dolor no había tapado la historia a la manera de una enorme mancha que pareciera que no puedo borrar sin romper lo que hay debajo. Si pudiera andar por las horas en las que puedas reconocerte; si tal vez capturara tu mirada, tu voz, tu intención.
Hacia atrás, la puerta de chapa dura_ Sus vidrios de arriba unidos por la macilla gruesa y empañados por el frío apenas mostraban el patio que separaba la casa de la parte posterior del terreno desparejo que aún no era jardín Mi memoria intercala las piezas agregadas a continuación, que taparon aun en mi memoria la única vista del fondo que había desde el interior. No había en la casa ventanas que miraran al terreno, fue una vista cuya imposibilidad, una clausura decretada desde el inicio, nunca revertimos. El pasillo cubierto al lado de las piezas llevaba a ese pasto variable entre verde y gris que se volvía esa oscuridad devoradora que me arrastraba al fondo del terreno en mis pesadillas, con una fuerza imparable y que se aceleraba a medida que era tragado por la noche, a lo terrible, a la historia quebrada que no pude parar.
Delante, la calle aún de barro, silenciosa, casi intransitada. A veces, René cabalgaba insolente, provocador, consentido. Era una ostentación que le permitía la fama de su padre médico, desconcertando a los del barrio que ahora sufrían y temían a la cabalgata  como un privilegio en los suburbios, donde sólo pasaban caballos de tiro; para trabajo, nunca para goce. En ocasiones, andaba el carro de la Panificación, con el llamado inconfundible de su corneta y tirado por alguno de esos otros caballos, lentos, con anteojeras, sumisos, casi silenciosos. Y casi siempre, el cartero, el lechero, el pescador, algún camión y muy pocos autos.
En frente, los tanos, la verdulería, el camión de Angelito estacionado frente a su casa, en la que había el único televisor que conocíamos y claro, me invitaban a ver el Cisco Kid y La patrulla del camino. También por la vereda de enfrente, aquel italiano que me convocaba y, una vez en su casa, me sentaba en un banquito y me hacía escuchar sus discos de canzonettas, que tengo borrosas, suaves, tristonas; comprensibles, creo, en algún lugar de mi corazón. Nunca pensé en los motivos que aquel tano tenía para compartir con un niño que no entendía su lengua eso que traía de su país; tal vez no podía reescuchar tanta atmósfera perdida solo.
Más allá, como en extramuros, las canchas del Parque Cisneros, en los claros de una hermosa arboleda o la cancha de Colo Colo que quedaba a una cuadra y media de casa y que abarcaba buena parte de la manzana. Allí vi en una tarde fría, de cielo muy gris a aquel muchacho de pelo salvaje que llamaban Patoruzú, jugando con increíble habilidad en patas a la pelota. Mucho después me convencí que probablemente era de los que no suelen llegar a los clubes; de aquellos que son muy libres en el ejercicio de su pobreza.
En el paladar he recobrado el sabor del mate cocido con leche y las rodajas de pan con manteca y azúcar.
Por la vieja radio chiquita de color beige sonaban los radioteatros que escuchaba mamá, mientras cosía. Comenzaba por Radio Libertad con Fernando Labat, a eso de las cuatro, para seguir con Radio El Mundo e Hilda Bernard (aún amo su voz, hecha de penumbras) y Fernando Siro a las cuatro y media, con la narración de Julio César Barton ¿o estoy confundido?
Para poder hablarte necesito volver a ese momento, pero estoy llegando difícilmente a un tiempo antes del estallido en el que tu voz y a mía se ahogaron en su propio grito. Porque te he envuelto como arropó esa noche feroz mi mundo y te he callado. ¿Qué podrías decirme? Te he encerrado como objeto de la memoria, no como un ser vivo que podría hablarme; al quedarte en solo objeto de la evocación te he prohibido vivir.

No tendría que pedirte ejercitar la memoria o pedírmelo para recobrarte, tendría que exponerme a abrir las compuertas del cerebro y dejar que derrame el alma del niño, el alma-niño, eso que fue, si todavía es y puede hablar, o escribirme, en algún lenguaje o ser en la vibración que pueda percibir y transformar mis ecos en nueva voz.

continuará...

domingo, 20 de julio de 2014


Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta
Carta al niño 3
Era un muñequito de plástico, en realidad un molde que aplicaba sobre la arena que había en el fondo de casa en el que podía plasmar durante un rato largo modelos que ahora me imagino repetitivos, entonces, infinitos.
Y allí el gallo decía y yo sincronizaba y decía lo que él quería escuchar. Esa perfección me ponía en su tono, en la modulación de su voz.
Esa mañana en la escuela, la maestra desafió a que cacareáramos, a que imitáramos a las gallinas y yo quedé en silencio, o fingí no saber. Pero yo sabía cómo hacer para que me contestaran los gallos, ellos me conocían, desde un lugar profundo no me pedían otra identificación que su propio sonido, el entrar en su coro como miembro pleno.

Mi niño tenía muchas voces y un buen oído para ellas. Sé que el hombre destruye los puentes hacia las otras voces o las somete a su temor, porque los demás no creen, no permiten otra voz, otro tono que el habilitado.


Mi niño atesora otras voces y está por devolvérmelas.
                                                                                                                                                                                                  continuará....