viernes, 9 de agosto de 2013

Asuntos pendientes.

Primera aproximación, borrador que va entre el asco y el miedo
por Fernando Iturrieta
Hay agitación, desmesura, falta de equilibrio en Asuntos Pendientes de Eduardo Pavlovsky.
Los personajes muestran un entramado de realidad diurna, sueño, pesadilla, miedo, arrogancia, prepotencia, irresponsabilidad con apuntes de sensibilidad entrecortada, diluida. Las voces de los diferentes planos se confunden, pero no tanto como para evitar que el drama social irresuelto aparezca contundente: aquello que se niega, emerge en la vida, en el delirio, en la muerte, en la palabra y en el silencio, en la incomodidad que avasalla.
Los personajes balbucen nociones de lo que les pasa y olvidan rápidamente el entendimiento para pasar a interpretaciones, a tergiversaciones que se exacerban; se incrustan y se desprenden, soltándose con la misma facilidad con la que se inyectaron.
Aquello profundamente obsceno y repugnante de lo cotidiano se enmarca en las conductas de su auto aceptación feroz y sobre el croquis que los personajes hacen sobre su imaginario, que es difuso porque la claridad espanta.
Las personas hablan y son habladas por una realidad que los exaspera al punto del crimen. Todos son criminales por acción o por omisión. Van y vuelven de  lo que han hecho, lo que han imaginado o negado, de sus alucinaciones y de sus fantasías mediocres, ancladas en el imaginario colectivo dibujado por la propaganda política a través de la construcción ideológica que los medios imponen sobre la pasividad de sus consumidores, que toman como propias sus creaciones.
Las familias que aparecen entrelazadas, aquellos protagonistas y destinatarios cuyo reflejo se acumula en estratos que se impregnan con atroz reciprocidad en Asuntos Pendientes, me llevan a contrastar con las formas tribales estampadas por las pantallas de la televisión[1], muchos de ellos engendros exitosos; muestra de aquello que se ha hecho cotidiano, lo recibido sin sorpresa, contextualizado en el horizonte de la gente. El retorcerse sobre el mal gusto y gozarse en esa caída; el disfrute de esa negación grotesca, su falta de porvenir y la aparición de su perversión desesperada provocan preguntarse qué moverá de nuestras propias vivencias Asuntos Pendientes, si es que subyace en esta obra una intención cuestionadora detrás de su historia revulsiva. Me desafío: ¿Asuntos Pendientes significa una reflexión culta, estética,  que enfrenta al ufanarse canallesco de los decadentes, a la  vulgaridad despiadada, pero acaso lo es embozada en el formato ofensivo que ya no asusta a los modales de la pequeño burguesía y quizás tampoco alarma a la burguesía criolla, pese a que no tamiza los crímenes sociales, personales, culturales. políticos?
La vulgaridad y la violencia han anestesiado socialmente en particular  a la clase media, aun a su propia elite de pensamiento. Lo procaz, lo absurdo, lo violento, no incomodan como recurso, han entrado a una capa asimilada y sosegada de su visión del mundo[2].
Lo común, lo impuesto, es haber domado la repugnancia, sofocado el horror.
También se trata de licuar el contexto en lo paródico, en el discurso con inflexiones tangueras y de relato deportivo, plagado de la reiteración de la mitología popular  y con intervenciones de sensiblería recurrente que va y vuelve como la conciencia de los protagonistas.
Si, particularmente en el personaje de Aurelio, hay asomos o escisiones de una reflexión profunda, culta, elaborada, nos aquieta como un recurso desenfocado, fuera de lugar, que se recita de espaldas, embozado o dicho como al pasar, para otro contexto. Los personajes  no logran introducirlo en lo central de su pensamiento, de su acción, que es un no pensar o un ser pensados estructuralmente desde afuera. Los recursos intelectuales existen, como un brillo sobre aquello que es pura opacidad, algo rechazado, un cuerpo extraño.
Quizás el viejo desafiante, el provocador Pavlovsky está devolviendo a nuestros restos de conciencia esa atmósfera contaminada que parece incapaz de ser interferida, cortada, salvo por agentes que comparten su propia crueldad[3].
Quizás el reto del pensamiento está latente en aquello que espía (el personaje silencioso de la chica que mira), lo que irrumpe como disparo y cuyo dolor supera la negación o lo que estalla con la imagen del muñeco intruso que se impone desde lo alto o en el sonido ensordecedor, en aquello que subraya abrumadoramente que la palabra, lo dicho, está enfermo y posterga indefinida, trágicamente, la salida.

Buenos Aires,  9 de agosto de 2013.




[1] Me viene rápidamente la imagen de los Argento, personajes centrales de la versión local de la serie norteamericana Married with children (Casados con hijos).
[2] Me remito a mi propia experiencia con Tato: la primera vez que lo vi, fue en una puesta de El cuadro de Ionesco. Tuve referencias que hubo público que se retiró ofendido ante determinadas expresiones, es lo opuesto a lo que constaté aun ante lo más denigrante escenificado en Asuntos Pendientes.
[3] Como en Telarañas, el núcleo familiar potencia los aspectos siniestros del sistema.