Asuntos pendientes.
Primera
aproximación,
borrador que va entre el asco y el miedo
por Fernando Iturrieta
Hay agitación,
desmesura, falta de equilibrio en Asuntos
Pendientes de Eduardo Pavlovsky.
Los personajes
muestran un entramado de realidad diurna, sueño, pesadilla, miedo, arrogancia,
prepotencia, irresponsabilidad con apuntes de sensibilidad entrecortada,
diluida. Las voces de los diferentes planos se confunden, pero no tanto como
para evitar que el drama social irresuelto aparezca contundente: aquello que se
niega, emerge en la vida, en el delirio, en la muerte, en la palabra y en el
silencio, en la incomodidad que avasalla.
Los personajes
balbucen nociones de lo que les pasa y olvidan rápidamente el entendimiento
para pasar a interpretaciones, a tergiversaciones que se exacerban; se
incrustan y se desprenden, soltándose con la misma facilidad con la que se
inyectaron.
Aquello
profundamente obsceno y repugnante de lo cotidiano se enmarca en las conductas
de su auto aceptación feroz y sobre el croquis que los personajes hacen sobre
su imaginario, que es difuso porque la claridad espanta.
Las personas
hablan y son habladas por una realidad que los exaspera al punto del crimen.
Todos son criminales por acción o por omisión. Van y vuelven de lo que han hecho, lo que han imaginado o
negado, de sus alucinaciones y de sus fantasías mediocres, ancladas en el
imaginario colectivo dibujado por la propaganda política a través de la
construcción ideológica que los medios imponen sobre la pasividad de sus
consumidores, que toman como propias sus creaciones.
Las familias
que aparecen entrelazadas, aquellos protagonistas y destinatarios cuyo reflejo
se acumula en estratos que se impregnan con atroz reciprocidad en Asuntos Pendientes, me llevan a
contrastar con las formas tribales estampadas por las pantallas de la
televisión[1], muchos
de ellos engendros exitosos; muestra de aquello que se ha hecho cotidiano, lo recibido
sin sorpresa, contextualizado en el horizonte de la gente. El retorcerse sobre
el mal gusto y gozarse en esa caída; el disfrute de esa negación grotesca, su
falta de porvenir y la aparición de su perversión desesperada provocan
preguntarse qué moverá de nuestras propias vivencias Asuntos Pendientes, si es que subyace en esta obra una intención
cuestionadora detrás de su historia revulsiva. Me desafío: ¿Asuntos Pendientes significa una
reflexión culta, estética, que enfrenta al
ufanarse canallesco de los decadentes, a la vulgaridad despiadada, pero acaso lo es
embozada en el formato ofensivo que ya no asusta a los modales de la pequeño
burguesía y quizás tampoco alarma a la burguesía criolla, pese a que no tamiza los
crímenes sociales, personales, culturales. políticos?
La vulgaridad y
la violencia han anestesiado socialmente en particular a la clase media, aun a su propia elite de
pensamiento. Lo procaz, lo absurdo, lo violento, no incomodan como recurso, han
entrado a una capa asimilada y sosegada de su visión del mundo[2].
Lo común, lo
impuesto, es haber domado la repugnancia, sofocado el horror.
También se
trata de licuar el contexto en lo paródico, en el discurso con inflexiones
tangueras y de relato deportivo, plagado de la reiteración de la mitología
popular y con intervenciones de
sensiblería recurrente que va y vuelve como la conciencia de los protagonistas.
Si,
particularmente en el personaje de Aurelio, hay asomos o escisiones de una
reflexión profunda, culta, elaborada, nos aquieta como un recurso desenfocado,
fuera de lugar, que se recita de espaldas, embozado o dicho como al pasar, para
otro contexto. Los personajes no logran introducirlo
en lo central de su pensamiento, de su acción, que es un no pensar o un ser
pensados estructuralmente desde afuera. Los recursos intelectuales existen,
como un brillo sobre aquello que es pura opacidad, algo rechazado, un cuerpo
extraño.
Quizás el viejo
desafiante, el provocador Pavlovsky está devolviendo a nuestros restos de
conciencia esa atmósfera contaminada que parece incapaz de ser interferida,
cortada, salvo por agentes que comparten su propia crueldad[3].
Quizás el reto
del pensamiento está latente en aquello que espía (el personaje silencioso de
la chica que mira), lo que irrumpe como disparo y cuyo dolor supera la negación
o lo que estalla con la imagen del muñeco intruso que se impone desde lo alto o
en el sonido ensordecedor, en aquello que subraya abrumadoramente que la
palabra, lo dicho, está enfermo y posterga indefinida, trágicamente, la salida.
Buenos Aires, 9 de agosto de 2013.
Buenos Aires, 9 de agosto de 2013.
[1] Me viene rápidamente la imagen de los Argento, personajes centrales
de la versión local de la serie norteamericana “Married with children” (Casados con hijos).
[2] Me remito a mi propia experiencia con Tato: la primera vez que lo vi,
fue en una puesta de El cuadro de Ionesco. Tuve
referencias que hubo público que se retiró
ofendido ante determinadas expresiones, es lo opuesto a lo que constaté aun
ante lo más
denigrante escenificado en Asuntos Pendientes.
[3] Como en Telarañas, el núcleo familiar potencia los aspectos siniestros
del sistema.