domingo, 24 de agosto de 2014

Antes de llegar a verlos
Por Fernando Iturrieta



Antes de llegar a verlos, los había comenzado a escuchar, cada vez más, pero durante aquel tiempo sólo pocas canciones.
El primer disco que tuve de Los Beatles era lo que se llamaba un “doble” de 33 rpm (creo que conocido como EP; Extended Play), de dos canciones por lado.
Reproducía en un formato más chico la tapa del primer LP: Por favor yo (Please, please me) {¿Por qué nunca tradujeron como Por favor, complaceme?}, y traía las canciones que, en ese disco, ocupaban las cuatro primeras bandas: La vi parada ahí (I saw her standing there); Miseria (Misery) (ambas de McCartney-Lennon {el dúo autoral figuraba en los primeros discos así lo que en algún momento me indicó el predominio inicial en las composiciones} y con Anna (Vete hacia él) (Anna) (Go to him) de Arthur Alexander (hace poco vi a Paul y a Ronnie Wood escuchando la versión del autor juntos) y Cadenas ( Chains) de Carol King y Gerry Goffin, matrimonio también compositor de “Locomoción” Ella, a su vez, la destinataria de “Oh Carol” de Neil Sedaka y creo que después fue muy cercana a Paul Simon, pero, para nuestra generación la autora, años más tarde, de una canción muy bella, “Tu amigo fiel” (You’ve got a friend)
Dos comentarios triviales, pero uno está formado por todo y muchas veces por una buena proporción de minucias: había una propaganda en la televisión de principios de los años 60 donde una animación que personificaba a una botella de whisky decía “Hola, amigos, vengo de Escocia y me llamo Viejo whisky Mac Lennan” (¿anticipo sonoro de lo que diríamos tantas veces después?) Otra: ya se empezaba hablar de los Beatles y eran aún en gran parte desconocidos, cuando un día mi hermana Marta entró y dijo “la propaganda de Zumuva es una canción de los Beatles” (Zumuva está bien helado, Zumuva es colosal” reemplazaba a “And I never dance with another soon I saw her standing there”)
Ya esos cuatro temas fijaban una versatilidad muy llamativa: I saw her standing there era Paul y en los coros se sumaba John. El dúo tenía un acople de voces asombroso, que se desarrollaba en todo Misery. Los instrumentos sonaban imponentes, con lo que ya se anticipaba uno de los giros que seguirían los conjuntos ingleses: equivalencia de sonido entre lo instrumental y lo vocal. En Anna (Go to him) era la voz de John desgarrándonos y la suma en coros de Paul y John. En Chains, arrancaban los tres: George, John y Paul, con las partes centrales a cargo de George. En cuatro temas, ya mostraban estrategias diversas y sería más y más. Lo que intuí al principio, que había encontrado algo único iba a ir creciendo y sobre todo, haciéndonos crecer con ellos. Una vez escuché a Dalmiro Sáenz decir algo así: un verdadero artista es que el transforma en artista a su público. Ellos hicieron mucho para que toda una generación viviera ávida de creatividad.

Sólo un anticipo: entre la fecha que recuerdo (agosto de 1964) y la grabación como Beatles de su último disco (Abbey Road), pasaron sólo cinco años, cinco y medio si consideramos el anuncio de su separación y la aparición de Let it be, al que habían archivado (¡!) por sus desavenencias. En ese período cortísimo, nuestros oídos, cerebros y almas tuvieron que pasar, por ejemplo, por Revolver,  La banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pepper, La gira mágica y misteriosa y el Álbum Blanco, de Yesterday a Tomorrow never knows (inicio de la psicodelia), de Norwegian wood a Come together, de Eleanor Rigby a Piggies y…mucho más.

sábado, 9 de agosto de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta

Una nueva carta del niño. Sin número.
Juega a ser luz la noche


Un cielo tranquilo y oscuro que envuelve y completa. No necesito más que esas estrellas, las que siempre aparecen a mis ojos para serenarlos.
No tengo más cansancio que el de la hora. No hay más luz en la casa que este resplandor mínimo de un aire entrecortado y que aligera el perfume de los árboles, mojones de azahar ataviados de negror.
Quizás porque no espero, no adivino, ni sé, aparece de a una la chispa de cada luciérnaga sobrevolando el fondo del jardín en la sombra profunda.
Juegan a devenir en soles infinitesimales, ensayan a ser luz en la noche y pierdo rápidamente la cuenta, son cada vez más, una multitud de lamparitas del aire, invaden, parpadean, saltan con su luminiscencia chiquita y silenciosa.
Llenan mi vista de parpadeos impensados, sorpresa, maravilla de la noche que colman, seres minúsculos que agigantan mi asombro.
No hay temor en la noche, nada supera esta armonía del juego imprevisto de los bichitos de luz, casi desaforado y perfecto.

Necesito contártelo, ¿te llega? Eso soy yo, construido en la sorpresa. Ahí me tenés, con los sentidos puestos en la enormidad transitoria que es lo único que sabré hacer perdurar.

 
...continuará

 

sábado, 2 de agosto de 2014

Cartas a mí mismo
                                                          de Fernando Iturrieta
Carta del niño 1
A vos, si aún esperás, si aún podés desbrozar entre palabras.

No encuentro el lugar, no tengo cerca de mí la salida.
Para atreverme, me cuesta reconocer y definir cómo era ese olor, como si el tiempo hubiera borrado o adulterado el perfume, lo hubiera sacado de mi conciencia o transformado en un aire en el que me cuesta respirar naturalmente. Antes, lo primero que encontraba era los sentidos despiertos y hoy los tengo anestesiados; quizás, de tanto perder, los he dejado en el camino.
A cada paso encuentro destellos del ser humano que porta mi nombre en las esquirlas repartidas a lo largo de las baldosas que hicieron mi vereda de vida, el borde por el que anduve.
El hombre que me continuó, secuela de lo que viví, es un conjunto de chispas desordenadas que no logro sumar para identificarme en él. No siento esa voz, mi voz ya no es mía. Tampoco las palabras, la manera, estoy traducido por alguien que me transgrede. Un doblaje traidor, falsificador, si se quiere, arropa y adormece mi boca. Un vocabulario que se infla a medida que emito, que lleva para otro lado, que crea la historia desde la apropiación de mí mismo.
Tampoco siento reconocible tu voz; vos que decís ser yo más tarde. Cuando preguntás por mí,  percibo que soy interrogado por alguien que se arroga ser yo o al que yo tendría que imaginarme como yo mismo.
¿Qué podrías mostrarme para que yo te crea? No sólo necesito ejercicios de la memoria como pruebas de identidad, no te pido sólo que busques en los recuerdos para que yo me reencuentre y, desde ahí, responda. Quiero que me digas qué hay de mí (yo, tu niño, mi propio niño vivo) en el día de hoy, en qué lugar me encontrás, o si voy con vos, en qué lugar sentís mi tacto, mi respiración, en qué lugar puedo esperar tu caricia.
No soy un niño que te juzga, sólo quien comprueba o se constata en lo que ve de ese otro, yo mí mismo hoy; o el yo que hoy asume la representación por todos los yo que han sumado mi historia, es el que debiera contestar al yo niño todavía presente, que no sólo puede rememorar sino encontrarse. No juzgo porque mi deseo no es un juicio sobre una actividad acabada sino la demanda sobre un hecho presente, que está vivo y duele, que está vivo y goza.
Necesito desnudarme de tiempo, el que me incrustás, el que me impide sonar a niño, y resplandecer el purrete o quizás calmar al muchachito que deambuló con vos, en la soledad de ser dejado de lado, reemplazado, impostado.
Necesito mirarte a los ojos y silenciar la angustia de no saber qué de mí ya no podrá venir a tus ojos, ni a colmar tu silencio.

...continuará